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Trastornos alimentarios que van en aumento

Martes 21 de agosto de 2018
Más allá de la anorexia y la bulimia, existen otros trastornos alimentarios poco conocidos como la ortorexia, la diabulimia, la pregorexia, drunkorexia, la ingesta compulsiva, etcétera. De hecho estos dos primeros se encuentran en pleno auge. Pero, ¿en qué consisten exactamente? ¿Cómo podemos tratarlos?

Respecto a la ortorexia, se trata de la fijación por “comer bien”. Los afectados controlan al milímetro la composición nutricional de lo que ingieren, memorizan calorías y tablas de forma compulsiva y llevan a cabo ciertos rituales (uno habitual es cortar los alimentos solo con cuchillos de cerámica. La consecuencia más inmediata tiene que ver con su sociabilidad -dejan de salir para llevar a rajatabla la dieta, y tienen a sentirse superiores por su forma de control-. A largo plazo pueden darse carencias nutricionales y otras parecidas a las que tienen los pacientes bulímicos y anoréxicos.
La potomanía, asimismo, resulta también muy frecuente. Consiste en la obsesión por hidratarse. Los pacientes lo hacen hasta tal extremo que acaban teniendo desequilibrios electrolíticos, es decir, que afectan a los minerales que necesita su cuerpo para funcionar con normalidad. Es también un trastorno de la ansiedad multicausal.
En cuanto a la drunkorexia, los pacientes dejan de comer para “poder beber” y “compensan” las calorías -incrementando las posibilidades de daño hepático-. Está muy ligado a la anorexia. La pregorexia la sufren aquellas embarazadas que tratan de no engordar durante la gestación por todos los medios, incluso a costa de poner a su hijo en peligro; y la diabulimia la sufren los diabéticos que deciden prescindir de la insulina para adelgazar.

El tratamiento de los trastornos alimentarios

Si bien un tratamiento temprano resulta primordial en la mayoría de enfermedades, todavía lo es más en aquellas que pueden alargarse en el tiempo y tienen implicaciones físicas y psicológicas devastadoras para el paciente. En el caso que nos ocupa, el reconocimiento del propio afectado será fundamental. De nada sirve decirle que tiene un problema, sino que se trata de hacérselo ver del modo más cariñoso y asertivo posible. Aquí hay que tener en cuenta que suelen ser perfiles con un nivel de autoexigencia muy alto.
El primer abordaje, además, deberá ser psicológico, pues los síntomas son solo eso: síntomas; la manifestación de que existe un problema más profundo se ha ido labrando, creando un trauma, desarrollo afectivo disfuncional, etcétera; que ha acabado afectando a la percepción de la propia imagen del enfermo.
Un punto en el que un seguro de salud privado nos resultará de gran ayuda, sobre todo si tenemos en cuenta las dificultades de acceso y tiempos de espera en algunas áreas con los que cuenta la Seguridad Social. No obstante, no todas las compañías aseguradoras están dispuestas a cubrir a pacientes con estos problemas y la mayoría cuentan con ciertas limitaciones en lo que se refiere al psicólogo en el seguro de salud. Habitualmente estas se refieren al número de consultas anuales a las que puede acceder el cliente. Pero las condiciones pueden variar mucho según la entidad.

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