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Curiosidades de la Naturaleza: isquemia serpentil
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Curiosidades de la Naturaleza: isquemia serpentil

domingo 27 de diciembre de 2015, 20:44h

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Desde hace mucho se pensaba que las boas constrictoras mataban a sus presas por asfixia, apretando lentamente dejándolas cada vez menos espacio para respirar hasta dejarlas sin aliento y estábamos completamente equivocados: matan mucho más rápido.

Según revela un nuevo estudio estas enormes serpientes no venenosas, naturales de las regiones tropicales de Centro y Sudamérica, matan a sus presas con un método mucho más rápido: interrumpiendo su flujo sanguíneo.

Cuando una boa se enrosca en el cuerpo de su presa, acaba con la sincronización perfecta del sistema circulatorio de la víctima de forma tal que la presión arterial se desploma, la presión venosa de dispara y sus vasos sanguíneos empiezan a colapsar.

“El corazón, literalmente, no tiene fuerza suficiente para bombear contra esa presión”, asegura el líder del estudio, Scott Boback, ecólogo especialista en vertebrados de Dickinson College en Carlisle, Pennsylvania.

Cuando se ejecuta a la perfección, la poderosa comprensión ocasiona que la víctima pierda el sentido en cuestión de segundos y la muerte sobreviene poco después.

Para entender mejor el mecanismo de constricción de las serpientes, Boback y sus colegas de Dickinson anestesiaron ratas de laboratorio y conectaron a los animales a diversos instrumentos tales como catéteres vasculares para medir la presión arterial e introdujeron electrodos en sus cavidades pectorales para obtener información de la actividad eléctrica cardiaca.

A continuación, entregaron las ratas monitoreadas a unas boas constrictoras cautivas y registraron lo qué sucedía y se sorprendieron al descubrir que la presión con que las serpientes apretaban a los roedores no era muy notable. Pero, claro, no tenían que hacerlo.

“Para estrangular a una rata pequeña, una boa solo tiene que generar la presión necesaria para interrumpir la circulación de mi brazo”, explica Boback, cuyo estudio fue publicado en el Journal of Experimental Biology.

Sin embargo, el equipo constató que, aun la presión ligera aplicada al tórax de la rata, bastó para desatar un caos en el sistema circulatorio del roedor y una vez interrumpido el flujo de sangre, los órganos con alta tasa metabólica –como el cerebro, el hígado y el propio corazón- comenzaron a colapsar.

Ventaja evolutiva

El equipo tiene la teoría de que la muerte inducida en sus presas por paro circulatorio ha conferido una ventaja evolutiva a todas las serpientes constrictoras, incluidas pitones y anacondas porque cuanto antes puedan incapacitar a su presa, menos probabilidades tendrán de resultar heridas durante la contienda.

“Tiene muchísimo sentido”, señala Paul Rosolie, conservacionista que ha dedicado una década al estudio de las anacondas.

Pensemos en el resto de animales que conviven con boas constrictoras en los bosques de lluvia tropicales, prosigue Rosolie: están armados con dientes, pezuñas y garras, y pueden patear, morder y desgarrar mientras que la serpiente solo tiene su hocico, de modo que es en extremo vulnerable.

“Casi cada vez que una anaconda captura una presa, tiene que poner el rostro sobre el animal”, dice Rosolie, quien no participó en la nueva investigación. “Si no lleva a cabo el ataque con toda precisión, algo grande, como un capibara, puede atravesarle el cuerpo con sus dientes”.

Con ectotermos funciona peor

Hay pruebas de que las boas constrictoras tienen muchas más dificultades para matar ectotermos, lagartos, anfibios u otras serpientes que requieren del calor externo ambiental para regular su temperatura interna.

Por ejemplo, durante una expedición reciente en Honduras, Boback y varios científicos observaron cómo una boa constrictora atacaba a una iguana de cola espinosa y a pesar de que la serpiente la estranguló durante una hora.

A la mañana siguiente los investigadores se sorprendieron al descubrir que ambos se encontraban agazapados en los extremos opuestos del tanque de observación. ¡Y la iguana estaba vivita y coleando! “No teníamos idea de qué había pasado”, dice Boback, “pero [la iguana] parecía completamente ilesa”.

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